El Yuyu

El Yuyu
 
No hay duda: El Yuyu ha sido uno de los asesinos más escurridizos de las últimas décadas. Pero hay violencias, violines y maneras para acabar con la vida de los demás, unas más directas y otras... no tanto. Para El Yuyu, el terror solo es otra emoción, la muerte una excusa y la vida, si no la vives matando, vas a morirla viviendo.
Matar es echar un buen polvo, pero para que te saquen a hombros hay que saber desaparecer.
Su historial acumula diez crímenes confesos voluntariamente y la policía sospecha de cinco casos más, hasta el momento sin pruebas, solo indicios —durante los primeros interrogatorios no pudieron arrancarle más que una leve y paciente sonrisa, eso fue todo—, y están al caer tres acusaciones más de parricidio que a todas luces no le incomodan. Parece como si nada pudiese quitarle el sueño. ¿Qué hay hoy para comer?, era la cuña con la que siempre empezaba cuando lo sentaban en la sala de interrogatorios, junto con su abogada, la curtida Rosario, rondará los setenta, sin ganas de jubilarse y con la mirada que gastan las lobas cuando tienen hambre. Para ella, tampoco lo confiesa, la sangre también es blanca. Aunque con El Yuyu es suficiente.
Podéis llenarme la saca con todo lo que queráis, pero lo que yo sé, jamás lo sabréis vosotros. Si queréis abrirme el melón, encontraréis un cerebro calentito. Tendréis que hacer vosotros el guion y escribirlo. Ja y Ja.
Nada por donde empezar a escarbar. Ni un cabo suelto. Una anguila. Acero del frío.
Solo que algo empezó a moverse aquel miércoles 23 de enero en la sala de interrogatorios, cuando El Yuyu —su verdadero nombre es el de José Ángel Cifuentes Caso, un aburrido contable de quien todos se burlaban por sus pantalones de tergal, ridículamente cortos—, pilló por sorpresa a la pareja de policías que tiraba de su carpeta. Íbamos a mandarle de vuelta a la celda cuando nos dijo que se le antojaba contarnos algo, algunas cosillas, según él unas pocas historias, para nada…, para ir abriendo boca. Conociéndolo, al principio no le dimos importancia.
Según él, mucho antes de ser detenido, ya llevaba tiempo aflojando en Facebook, pero nadie le hacía caso, hasta que la casualidad quiso que lo leyera el nieto de una de las víctimas. ¿Cómo puede este tipo alardear con tanta ristra de detalles del lugar donde encontraron al abuelo y las heridas que tenía?
Nunca me he escondido de lo esencial. Prefiero guardar silencio a mentir.
Ese miércoles empezó todo, antojándosele; lo mismo pudo habérsele antojado cantarles su canción preferida que arrancarse los pelillos de la nariz y ponerlos en fila encima de la mesa, pero le dio por largar su primera historia con Rosario a su lado escupiendo pipas. ¿Seguro que se te antoja?
Tenía un sueño recurrente. Empezaba con una mujer sin cara que estaba embarazada y se me acercaba, muy despacio, hasta que me tocaba el brazo con el dedo. Pronto llegará, no te preocupes, repetía siguiéndome hasta el final de la calle. Luego, echaba a correr y desaparecía. No le hice mucho caso, pero como no me dejaba en paz, pensé en prescindir de ella y así lo hice. Enterré el cadáver en el cielo, debajo de un cumulonimbo grasiento. Andaréis buscándolo. Ja y Ja.
Según dijo, pasó unos días mejores, pero sus noches no acabaron aquí:
Luego fue cuando llegó él. Dame un pitillo, hazme el favor. Y también tengo la boca seca. Una cervecilla sería bienvenida. Tú también pide, Rosario. Pues lo que os contaba, que fue cuando llegó él. Primero se me aparecía un bebé. Siempre me han gustado mucho las criaturas. No tengo nada en contra de ellas. Pero el crío de la cuna —siempre estaba en la cuna moviendo bracitos y piernas y desaparecía— empezó a crecer, pasó a chaval, a jovencillo, a chico y así hasta unos treinta y pocos. Os digo que ya chuleaba pidiéndome pasta. Una noche me amenazó con pasarme la hoja por el cuello. La siguiente empezó a chantajearme y acabó por asegurarme que ya mismito me mataría, cuando él quisiese. Yo estaba atemorizado y procuraba no meterme en la cama, su territorio. Pero la fatalidad acechaba. Cuando cerraba los ojos aparecía él. Pasé varios días sin dormir. La tortura era insoportable. No podía matarlo. Lo planeé, lo confieso; pero él estaba dentro de mi cabeza y a la mínima que pensaba en él me machacaba con su mantra “voy a hacerlo”. Habitaba en mí de noche y de día, no podía hablar con nadie, no podía comer, llegué a pensar que el agua estaba envenenada. Cuando llevaba un par de semanas invivibles, una mañana enloquecí. No fui yo durante una hora. Cogí un cuchillo y empecé a matarme en las piernas, la barriga, el cuello. Duró una hora. Hasta que pude hacerlo. Él era El Yuyu, mi asesino. Os habéis equivocado de pieza, casposos. Ja y Ja.
Fue una suerte que Rosario encendiera un cigarrillo y sacara la primera calada por la nariz, como un brava. Llenar moviendo. Pero a El Yuyu se le antojó seguir con algo más:
¿Veis este lunar que tengo en el brazo? Es un antojo. Aquí es donde mi madre, estando embarazada de mí, me tocaba con el dedo diciéndome “pronto llegará, no te preocupes”. ¿Sabéis por qué? No lo sabe nadie. Ella quería que yo muriera. Ella fue la primera en matarme y yo la maté más tarde. Solo que parir está bien visto y matar a tu madre está mal visto. Sin Jas de por medio.
Los policías se miraron. A Rosario se le antojó bostezar y al taparse los colmillos con la siniestra, mostró un lunar idéntico en su dorso. Los policías volvieron a mirarse. Intentaban atar cabos. Y Dios lo tiene en el culo, soltó ella por la boca tabaco para acabar el desarme.
Si tenéis orejas, escuchad. Si tenéis floreros, regadlos. Yo mato para vivir. ¡El Yuyu! ¡¡Que viene El Yuyu!!

 
El Yuyu
 
There is no doubt: The Yuyu has been one of the slipperiest murderers of the last few decades. But there is violence, violins and ways to end the life of others, some are more direct and others... not so much. For El Yuyu, terror is just another emotion, death is an excuse and life, if you don’t live it killing, you are going to die living.
To kill is to have good sex, but to be carried on shoulders triumphally, it is necessary to know how to disappear.
He has a history of  ten voluntarily confessed crimes and the police suspect of another five cases, with no proof up to now, only hints —during the first interrogations they couldn’t get from him more than a slight and patient smile, that was all—, and three more allegations of parricide will soon be also slapped on him, which evidently do not bother him. It seems like nothing could disturb his sleep. What’s for lunch today? This was the sentence he always began with when they sat him down in the interrogation room beside his lawyer, the seasoned Rosario, aged around seventy and with no intention of retiring and with an expression like a hungry she-wolf. For her, she does not confess either, blood is also white. Although it is enough with El Yuyu.
You can hit me with everything you want, but you’ll never know what I know. If you want to crack my skull open, you’ll find a warm brain. You’ll have to invent the script and write it. Ha, ha.
Nothing to begin to pry into. No even one loose end. An eel. As cold as steel.
It just happened that something began to move that Wednesday 23rd of January in the interrogation room, when El Yuyu —his real name being José Ángel Cifuentes Caso, a boring accountant who everyone made fun of due to his ridiculously short Terylene trousers—, caught the pair of policemen carrying his dossier by surprise. We were going to send him back to prison when said that he felt like telling us something, some little things, a few stories according to him, for no reason …, to whet our appetite. Knowing him, we initially did not attach much importance to it.
According to him, much before being arrested, he had already been some time posting on Facebook, but nobody took any notice of him, until, by chance, the grandson of one of the victims saw his postings. How could this guy describe the place where they found grandfather and his injuries with so many details?
I’ve never hidden from the essential. I prefer silence to lying.
Everything began that Wednesday, when he felt like it, in the same way as he could have felt like singing them his favourite song or pulling out hairs from his nose and lining them up on the table, but he felt like telling his first story, with Rosario at his side, spitting out sunflower seed shells. Are you sure you feel like doing this?
I had a recurring dream. It began with a faceless woman who was pregnant and was approaching me, very slowly, until she touched my arm with her finger. It’ll come soon, don’t worry, she repeated, following me to the end of the street. Then she began to run and disappeared. I didn’t take much notice of her, but as she wouldn’t leave me alone, I thought about doing away with her, and that’s what I did. I buried her body in the sky, under a greasy cumulonimbus. Try finding it. Ha, ha.
He said that the next few days were better, but his nights did not finish there:
Then he arrived. Give me a cigarette, please. And my mouth is also dry. A beer would be welcome. You ask as well, Rosario. Well, as I was telling you, that was when he arrived. First, a baby appeared. I’ve always liked babies a lot. I’ve got nothing against them. But the baby in the cot —it was always moving its little arms and legs, and then it disappeared— it began to grow, becoming a kid, a young boy a youth and so on until he was about thirty-something. I’m telling you that he was trying to take advantage of me, asking me for money. One night he threatened me with slitting my neck. The following night, he began to blackmail me and ended up assuring me that he could kill me right now, whenever he wanted. I was terrified and tried not to go to bed, his territory. But misfortune was lurking close by. When I closed my eyes, he appeared. I spent several sleepless days. The torture was unbearable. I couldn’t kill him. I planned to, I confess; but he was inside my head, and as soon as I thought about him, he would continue repeating his mantra “I’m going to do it”. He lived in me day and night, I couldn’t speak with anyone, I couldn’t eat, I even thought that the water was poisoned. When I had spent a couple of unbearable weeks, one morning, I went mad. I wasn’t myself for an hour. I took a knife and began to cut my legs, belly, neck. It lasted for an hour. Until I could do it. He was El Yuyu, my murderer. You’ve got the wrong man. Ha, ha.
It was fortunate that Rosario lit a cigarette and blew the first puff through her nose, like a bull. Fill is movement. But El Yuyu felt like continuing with something else:
Can you see this mole on my arm? It’s a birthmark. This is the place where my mother, while pregnant with me, touched me with her finger, saying “It will come soon, don’t worry”. Do you know why? Nobody knows. She wanted me to die. She was the first to kill me, and I killed her later. It’s just that giving birth is well-considered and killing your mother is frowned upon. Without any Ha’s in between.
The policemen looked at themselves. Rosario yawned, and when she politely covered her fangs with her left hand, she revealed an identical mole on its back. The policemen looked at each other again. They tried to tie up loose ends. And god’s got one on his arse, she blew tobacco smoke out of her mouth to finish off disarming them.
If you have ears, listen. If you have flowers, water them. I kill to live. El Yuyu! El Yuyu is coming!